jueves, 11 de febrero de 2010

EXAMEN PRÁCTICO DE CONCIENCIA

El pecado se esconde en lo más recóndito de nuestro interior y muchas veces nosotros mismos no lo vemos o no lo reconocemos como pecado. Por eso es necesario que, antes de acertarte al sacerdote y pidiendo luz del Espíritu Santo, examines tu conciencia. Te pueden ayudar, como guía, las siguientes reflexiones:

I- El Señor dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma” (Deut. 6, 5)
-¿Qué lugar ocupa Dios en mi vida? ¿Tiende mi corazón a acercarse a Dios como el de un hijo con su Padre? ¿Amo verdaderamente a Dios con todo mi corazón, o más bien, vivo demasiado preocupado por las cosas materiales: trabajo, negocios, dinero, bienestar temporal, etc.?
-¿Es firme mi fe en Dios? ¿Procuro cultivar mi fe y mi formación cristiana, participando en cursos, grupos de vida cristiana, leyendo la Biblia, etc.?
-¿Cuido mi fe? ¿Busco respuestas a mis dudas o me conformo con tener la mentalidad del mundo?
-¿Rezo todos los días y procuro que mis familiares también recen?
-¿Participo en la Misa de los domingos y días festivos, o falto sin motivo justificado? ¿Me alimento de la palabra de Dios y participo en la Eucaristía con frecuencia, siempre que me es posible? ¿He recibido la comunión sacrílegamente, sin estar en gracia de Dios?
-¿Vengo a confesarme con intención de encontrarme de corazón con mi Padre Dios y restablecer con Él una relación de amistad y confianza o es una carga que tenga que soportar, una rutina…? ¿He callado algún pecado grave, voluntariamente, en confesiones anteriores?
-¿En las dificultades, acudo a Dios con fe y perseverancia? ¿Qué ‘dioses’ habitan en mi corazón? ¿Qué ídolos me construyo? ¿Creo en supersticiones?
-¿Blasfemo contra Dios o contra los santos? ¿He jurado en falso? ¿Tengo promesas o votos que no cumplo?
¿Cumplo los mandamientos de la Iglesia? ¿Colaboro económicamente en sus necesidades? ¿Guardo el ayuno y la abstinencia los días que me prescribe?
-¿Colaboro en actividades apostólicas o vivo totalmente despreocupado?
-¿Defiendo mi fe públicamente cuando se ataca a Dios, a la Virgen, a los santos o a la Iglesia?
-¿Consagro a Dios mi trabajo, mi estudio, mi enfermedad, mis preocupaciones…? ¿Me preocupo porque mi vida entera sea toda ella una alabanza a Dios?
¿Cultivo la devoción y el amor filial a la Virgen María?

II- El Señor ha dicho: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado” (Jn 15, 12)
-¿Tengo un auténtico amor al prójimo? ¿Abuso de mis hermanos los hombres usándolos para mis fines, mis egoísmos, mi enriquecimiento? ¿Me porto con ellos como no quisiera que se portaran conmigo?
-¿Soy generoso con mis bienes? ¿Los reparto con los que son más pobres que yo? ¿Ayudo a los necesitados o más bien soy egoísta y avaro? ¿Vivo en actitud de servicio y entrega a los demás o soy un comodón y un caprichoso?
-¿Dedico una parte de mi tiempo a los enfermos, a los marginados, a la catequesis, a las obras de caridad…?
_¿En lo que depende de mí defiendo a los maltratados, ayudo a los humillados, a los extranjeros, etc.?
-¿Vivo con austeridad, sin derrochar?
-¿Cumplo con mis obligaciones de ciudadano?
-¿Soy responsable en mi profesión o en mis estudios, y honrado en mi trabajo?
-¿Respeto los bienes ajenos?
-¿Me he apropiado de algo que no es mío? ¿He restituido o reparado ese robo?
-¿He perjudicado a otros? ¿Les he engañado?
-¿Hago juicios temerarios? ¿Critico? ¿Deseo el mal?, ¿fomento el odio contra alguien?
-¿He hecho daño a otros con burlas, insultos o con agresión física?
-¿Digo de los demás la verdad, o he calumniado, he dicho mentiras, verdades a medias, etc.? ¿He difamado a alguien?
-¿Miento o justifico la mentira?
-¿He declarado algún secreto? ¿He sido portador de “chismes”?
-¿He perdonado a quien me ha injuriado? ¿Me siento separado de alguien por riñas, disputas, peleas? ¿Siento odio o rencor en el corazón?
-¿Trato de olvidar el daño que me han podido hacer?
-¿Pido perdón cuando ofendo a los demás? ¿He sido ocasión de que otros se enemistasen?
-¿Con mi comportamiento y con mis palabras he sido ocasión de escándalo para otros? ¿He enseñado a otros a pecar?
-En el seno de mi familia, ¿colaboro para que exista la paz, el amor, las buenas relaciones? ¿Soy compresivo o más bien discutidor? ¿Tengo paciencia? ¿Me aprovecho de los que me quiere? ¿Contribuyo a la armonía familiar o sólo me preocupo de mí?
-Cómo hijo: ¿soy obediente y respetuoso con mis padres? ¿Les quiero y se lo demuestro con detalles? ¿Me llevo bien con mis hermanos?
-Como padre o madre: ¿me preocupo de la educación y de la formación cristiana de mis hijos? ¿soy demasiado exigente e intolerante o demasiado blando con sus faltas, originando conflictos innecesarios?
-¿Cumplo la palabra que doy, las promesas que hago, la fidelidad que prometo?
-¿Vivo irradiando alegría, optimismo y esperanza, o vivo amargado, protestando o quejándome con frecuencia y dejándome llevar de la tristeza?

III- Jesús dijo: “Sed perfecto como vuestro Padre del Cielo” (Mt. 5, 48)
-¿Me esfuerzo por avanzar en la vida espiritual? ¿Procuro vivir en la presencia de Dios, haciendo lo posible para agradarle, o por el contrario, vivo como si Dios no existiese?
-¿Me esfuerzo en dominar mis defectos, mis vicios y mis inclinaciones y pasiones malas?
-¿Me acerco a Dios para superar todo esto? ¿Acudo al sacramento de la Penitencia, cuando tengo necesidad?
-¿Comulgo con frecuencia, en las debidas condiciones?
-¿Guardo mis sentidos y todo mi cuerpo en la pureza y en la castidad, como templo que soy del Espíritu Santo?
-¿He pecado con palabras o pensamientos impuros o con torpes acciones o deseos?
-¿Caigo, esporádica o de manera habitual en el vicio de la masturbación o de la fornicación? ¿He cometido adulterio?
-¿Provoco escándalo con mis conversaciones, actitudes o manera de vestir? ¿Con mi falta de modestia he inducido a otros al pecado?
-¿Me deleito, viendo películas, programas de TV o de Internet, libros o fotografías pornográficas o contra la moral cristiana?
-¿En la conducción de vehículos, respeto las leyes de tráfico ¿Tomo todas las precauciones para no poner en peligro mi vida ni la de los demás?
-¿Abuso de la comida, o de bebidas alcohólicas? ¿Sufro adicción a alguna droga?
-¿Tomo o contribuyo para que otros tomen drogas perjudiciales para la salud?
-¿He descuidado la higiene o limpieza de mi cuerpo?
-¿He sido soberbio, he impuesto a todo trance mi voluntad contra los derechos de los demás?
-¿Me acepto a mí mismo? ¿Acepto mi situación, mis defectos, mi carácter? ¿Acepto las contrariedades inevitables? ¿Me dejo llevar de pensamientos negativos o de actitudes de desesperación? ¿He pensado o intentado alguna vez quitarme la vida?
-¿Qué uso hago de mi tiempo, de mis fuerzas, de los dones que Dios me ha dado? ¿Los uso para bien?
-¿Vivo en ociosidad, en pereza? ¿Trato de actuar siempre dentro de la libertad de conciencia de los hijos de Dios, o me siento atado por algo, por alguien?
-¿He dejado de hacer algo bueno que tenía que hacer (pecado de omisión)?
-¿Reconozco mis fallos o solamente los de los demás? ¿Soy humilde u orgulloso?

Ejercicios Espirituales. Oraciones del ejercitante. Milicia de Santa María. España, pp. 120 – 124.

CINCO ACTOS PARA CELEBRAR EL PERDÓN

Para confesarte bien se requiere estas cinco disposiciones:

Reconocerme pecador: examen de conciencia

Se trata de reconocer los pecados y las actitudes de pecado que hay en mí, los pasos que he dado al margen del Evangelio y del mandamiento de Jesús. Para ello debo de examinar bien mi conciencia.

Reconocerme pecado exige, por tanto, examinarme delante de Dios. Este examen debo hacerlo sinceramente, huyendo de dos extremos: el escrúpulo y la falta de seriedad.

Dolor de los pecados: proclamar que Dios es un Padre bueno que perdona, y acogerse a ese perdón

Eso queremos decir cuando hablamos de tener dolor de los pecados. Quien ve que es amado siente haber ofendido a quien lo ama. El sentirnos amados nos lleva a pedir perdón de corazón por ser pecadores. Me duele, me apena mucho haber ofendido con mi pecado a un Dios tan bueno. Este es el dolor de contrición, que es un don de Dios que debemos siempre pedir.

En todo caso, si no tengo este dolor perfecto, para poderme confesar válidamente he de tener, al menos un sincero arrepentimiento por el temor al castigo que merezco (dolor de atrición).

Hacer un propósito de cambio

Es el propósito de la enmienda; es decir, la determinación interior de no volver a pecar. Lo exige el sincero arrepentimiento. Sin este propósito el `dolor´ por el pecado es pura veleidad.

Confesar los pecados y recibir la absolución

Es necesario manifestar los pecados ante el sacerdote, que actúa en nombre de Cristo y de su Iglesia. Es un gesto de humildad y de valentía del hijo, que se da cuenta de su lamentable situación y dice: Me levantaré, iré a la casa de mi Padre y le diré: “No soy digno de ser tu hijo, trátame como a uno de tus jornaleros”.

Hay que confesar todos los pecados mortales que recuerde desde la última confesión bien hecha, señalando las circunstancias que han podido agravar o atenuar la culpa, o incluso cambiar la especie del pecado. Los veniales no es preciso confesarlos todos, basta con arrepentirme de todos ellos. Éstos, de hecho, también pueden ser perdonados fuera de la confesión.

Después del sacerdote imparte la absolución que es el signo eficaz del perdón de Dios. Lo hace con las siguientes palabras sacramentales:

“Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”

Cumplir la satisfacción

Satisfacción o penitencia. El sacerdote nos escucha, nos anima y nos manda hacer una oración, o una obra de penitencia o de caridad; realizándola quien ha confesado sus pecados, expresa que está dispuesto de verdad convertirse a Dios, a dejar los caminos de pecado.

Ejercicios Espirituales. Oraciones del ejercitante. Milicia de Santa María. España, pp.119-120.

Oración a Nuestra Señora de Lourdes

Dóciles a la invitación de tu voz maternal, oh Virgen Inmaculada de Lourdes, acudimos a ti para que nos guíes por el camino de la oración y penitencia, dispensando a los que sufren, las gracias y prodigios de tu soberana bondad.
Recibid, oh reina compasiva, las alabanzas y súplicas que pueblos y naciones, unidos en la angustia y la amargura, elevan confiados a Ti.
¡Oh blanca visión del paraíso, aparta de los espíritus las tinieblas del error con la luz de la fe! ¡Oh mística rosa, socorre las almas abatidas, con el celeste perfume de la esperanza! ¡Oh fuente inagotable de aguas saludables, reanima los corazones endurecidos, con la ola de la divina caridad!
Haz que nosotros tus hijos, confortados por Ti en las penas, protegidos en los peligros, apoyados en las luchas, amemos y sirvamos a tu dulce Jesús, y merezcamos los goces eternos junto a Ti. Amén.