jueves, 11 de febrero de 2010

CINCO ACTOS PARA CELEBRAR EL PERDÓN

Para confesarte bien se requiere estas cinco disposiciones:

Reconocerme pecador: examen de conciencia

Se trata de reconocer los pecados y las actitudes de pecado que hay en mí, los pasos que he dado al margen del Evangelio y del mandamiento de Jesús. Para ello debo de examinar bien mi conciencia.

Reconocerme pecado exige, por tanto, examinarme delante de Dios. Este examen debo hacerlo sinceramente, huyendo de dos extremos: el escrúpulo y la falta de seriedad.

Dolor de los pecados: proclamar que Dios es un Padre bueno que perdona, y acogerse a ese perdón

Eso queremos decir cuando hablamos de tener dolor de los pecados. Quien ve que es amado siente haber ofendido a quien lo ama. El sentirnos amados nos lleva a pedir perdón de corazón por ser pecadores. Me duele, me apena mucho haber ofendido con mi pecado a un Dios tan bueno. Este es el dolor de contrición, que es un don de Dios que debemos siempre pedir.

En todo caso, si no tengo este dolor perfecto, para poderme confesar válidamente he de tener, al menos un sincero arrepentimiento por el temor al castigo que merezco (dolor de atrición).

Hacer un propósito de cambio

Es el propósito de la enmienda; es decir, la determinación interior de no volver a pecar. Lo exige el sincero arrepentimiento. Sin este propósito el `dolor´ por el pecado es pura veleidad.

Confesar los pecados y recibir la absolución

Es necesario manifestar los pecados ante el sacerdote, que actúa en nombre de Cristo y de su Iglesia. Es un gesto de humildad y de valentía del hijo, que se da cuenta de su lamentable situación y dice: Me levantaré, iré a la casa de mi Padre y le diré: “No soy digno de ser tu hijo, trátame como a uno de tus jornaleros”.

Hay que confesar todos los pecados mortales que recuerde desde la última confesión bien hecha, señalando las circunstancias que han podido agravar o atenuar la culpa, o incluso cambiar la especie del pecado. Los veniales no es preciso confesarlos todos, basta con arrepentirme de todos ellos. Éstos, de hecho, también pueden ser perdonados fuera de la confesión.

Después del sacerdote imparte la absolución que es el signo eficaz del perdón de Dios. Lo hace con las siguientes palabras sacramentales:

“Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”

Cumplir la satisfacción

Satisfacción o penitencia. El sacerdote nos escucha, nos anima y nos manda hacer una oración, o una obra de penitencia o de caridad; realizándola quien ha confesado sus pecados, expresa que está dispuesto de verdad convertirse a Dios, a dejar los caminos de pecado.

Ejercicios Espirituales. Oraciones del ejercitante. Milicia de Santa María. España, pp.119-120.

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