lunes, 26 de abril de 2010

Oración por el confesor

Oración por su confesor

"Oh Dios mío, que os habéis dignado darme un sostén en mi flaqueza, un consolador en mis penas un amigo en medio de los peligros que me rodean, en la persona del sacerdote a quien he confiado todo cuanto tengo de más querido en el mundo, la salvación de mi alma; permitidme que implore para él la abundancia de vuestras bendiciones. Dignaos, Señor, comunicarle vuestras celestiales luces para que me guíe siempre por la senda que me habéis trazado. Inflamad su corazón en vuestro santo amor para que pueda comunicar al mío, un poco de fervor. No me castiguéis, oh Dios mío, permitiendo que se equivoque sobre el verdadero estado de mi conciencia, que deseo le sea tan conocido como lo es de Vos. Dadle, Señor, el celo, la fortaleza, la paciencia, la ternura y la prudencia que le son tan necesarias.
Haced, sobre todo, que le obedezca como a vuestro representante, y que después de haber sido su alegría en la tierra sea su corona en el cielo. Así sea."

Beata Sor María Romero Meneses

Romero Meneses, María. Escritos Espirituales. Italia, Instituto Hijas de María Auxiliadora, 1990, p. 40-41.

jueves, 15 de abril de 2010

Desposorios en la Fe

“Catalina [de Siena] tiene ahora unos veinte años y está por llegar el tiempo de su misión pública en la Iglesia. Siente que algo decisivo ha de ocurrir y continúa rezando intensamente con aquella espléndida y dulcísima fórmula que se ha convertido para ella en habitual; pide a su Señor Jesús: << ¡Despósame en la fe ¡ >>
Era la noche de carnaval de 1367: "Durante aquellos días -escribe su primer biógrafo- en que hombres tienen la costumbre de celebrar la miserable fiesta del vientre", mientras los alborotados llenan la ciudad y su misma casa, la joven permanece en su habitación en donde repite absorta su plegaria esponsal .
Se le aparece entonces el Señor que le dice: "Ahora mientras los otros se divierten...he decidido celebrar contigo la fiesta de tu alma".
Repentinamente la Corte del cielo, con los santos que Catalina más ama, se hace presente, como al caer un velo: María la Virgen Madre, toma la mano de la muchacha y la une a la de su divino Hijo. Jesús le pone en el dedo un anillo luminoso (que Catalina verá, sólo ella, durante toda la vida) y le dice: "He aquí, que te desposo conmigo en la fe, conmigo tu Creador y Salvador. Conservarás íntegra esta fe hasta que nos veamos en el cielo para celebrar juntos las bodas eternas".”

Sicari, Antonio María. La Vida Espiritual del Cristiano. España, Edicep, 2003, p. 307-308.

miércoles, 14 de abril de 2010

La cuestión del tiempo en la oración

Como cualquier otra actividad, la oración requiere tiempo para que esté bien hecha. Es la parte de Dios en nuestras jornadas. Por eso conviene, en la oración, conceder al Señor <<>> (Lc 6,38). Efectivamente, una buena medida de tiempo y una cierta libertad en el don son requisitos necesarios para garantizar la calidad de la oración, para adquirir la experiencia y el gusto de la misma. La regularidad es aquí más importante que la cantidad de tiempo, y sucede que oraciones breves son más intensas; pero no hay que convertir eso en pretexto para acortar la oración. La oración, que emana de un corazón atento y fiel, tiende a prolongarse y puede introducirse entonces, como agua subterránea, en nuestras ocupaciones, para alimentarlas espiritualmente.
… Bajo el impulso del Espíritu Santo, que obra en nosotros como savia paciente, el tiempo de nuestra vida se recoge lentamente en el seno de la oración, en lugar de dispersarse y fragmentarse al hilo de los días, y podemos ofrecer a Dios el fruto de nuestros años, como una gavilla bien repleta.

Pinckaers, Servais. La Vida Espiritual. España, Edicep, 1995, p. 207

La oración vocal

La oración vocal designa la oración pronunciada en voz alta, recitada o cantada en grupo, en un coro o en una asamblea litúrgica. Se trata de una oración común, normalmente regulada y fijada en su forma y sus palabras; aunque también puede ser personal y espontánea, según la práctica de los grupos carismáticos, por ejemplo.

Pinckaers, Servais. La Vida Espiritual. España, Edicep, 1995, p. 207.